Cuentan los viejos artesanos que, en los días en que el sol se demoraba en salir, el pueblo convocaba a dos espíritus alegres: Su, el guardián del color que hacía florecer los días, y Ra, la voz luminosa que despertaba la risa dormida del mundo.
Talladas con paciencia ancestral, estas máscaras encarnan la unión sagrada entre la alegría y el asombro. El verde profundo de sus penachos evoca la selva viva; el dorado, la fuerza del sol que protege al artesano; el fucsia y el turquesa, los ecos de la fiesta y el murmullo del canto. Cada trazo, delineado a mano, narra una danza que solo la madera conoce: la del fuego que no quema, la de la sonrisa que no muere.
Sus miradas, amplias y expresivas, guardan siglos de tradición. Se dice que cuando una de estas máscaras se exhibe, el aire cambia: las risas antiguas despiertan, el color cobra voz y las sombras se apartan respetuosas.
En esta pieza, el arte no es solo ornamento: es memoria, es rito y es resistencia.Los Espíritus Su y Ra, Guardianes del Color y la Risa Eterna, permanecen vigilantes, recordándonos que mientras haya quien pinte con el alma, la alegría seguirá teniendo rostro.




