Cuentan los mayores que, en los primeros días del mundo, el cielo se pintaba cada mañana con un brillo tan intenso que las montañas se doraban y los ríos parecían espejos de fuego.De ese resplandor nacieron las Flores Doradas del Amanecer, hijas del sol y del rocío, creadas para recordar a los hombres la belleza que habita en los comienzos.
Cada pétalo guarda un rayo de esperanza, y en su centro —ese pequeño corazón azul verdoso— reposa el espíritu del agua, símbolo de pureza y calma.Dicen que quien lleva una de estas flores cerca de su piel atrae la serenidad y la alegría, como si el amanecer lo acompañara en cada paso.
Los artesanos que las tallan no solo crean adornos; reviven una antigua promesa:que la luz, cuando se une a la paciencia de las manos humanas, puede florecer una y otra vez, sin marchitarse jamás.




